Nunca
hubiera imaginado que en la ciudad de la Sirenita se había creado un
enclave tan original aislado del mundo capitalista llamado
Christiania.
Christiania
es un bastión hippie medio autogobernado y medio legal que intenta
revivir la época de los sesenta.
Desde
que unos okupas la fundaran en 1970 ocupando unos barracones
militares, este barrio ha acogido a inconformistas de todo el mundo
que vienen atraídos por el concepto de economía colectivista y vida
en comunidad.
Sus
habitantes no pagan impuestos y la policía hace la vista gorda en
casi todo lo que se refiere a sus relajada forma de vida.
Muchas
de las casitas artesanales que se ven paseando por el barrio han sido
construidas con sus propias manos, hechas con materiales reciclados,
caravanas de madera, carromatos gitanos, casas flotantes sin orden ni
concierto y la mayoría de paredes desconchadas están pintadas con
graffitis de mensajes a favor de la libertad.
La
intención de sus habitantes es conmovedora en el siglo XXI, pero en
la práctica, Christiania es un barrio sucio y caótico. Está lleno
de curiosos, policías y también camellos de marihuana que deslucen
la avenida principal, Pusher Street., También, es cierto, que aún
quedan quienes creen que la mejor forma de vivir es el Imagine de
John Lennon.
Y,
mientras se busca la mejor propuesta para darle un uso social dentro
de la legalidad, se siguen organizando conciertos, funcionan
restaurantes veganos y hay muchos tenderetes rastafaris.
Dentro
de Christiania nos encontramos con un centro cultural muy importante
que tiene un aforo para 1500 personas y que fue instalado en el
antiguo pabellón militar de entrenamiento ecuestre. En estas fechas
acoge un mercadillo navideño.
Christiania
parece otra ciudad, otro país, otro tiempo.
No
nos gustó, pero había que visitarlo para sacar de primera mano
nuestras propias conclusiones. Visto en perspectiva, el valor real de
este barrio reside en la sociedad tolerante y abierta que permitió
poner en práctica aquella utopía.