El objetivo es llegar a Sogndal
donde comeríamos y pasaríamos la noche.
Salimos de Loen y otro día
soleado nos acompaña. Subimos por un puerto de montaña que tiene
muchas pistas de esquí con muchas luces para poder esquiar en
invierno, los días negros.
Pasamos por el hotel Karistova que fue
refugio del rey Felipe y Eva Sannum, una de sus amigas cuando era
príncipe.
Vimos rebaños de ovejas, rebaños de
cabras con manchas de colores que no tengo ni idea de su significado,
montañas con las cumbres aún nevadas, campos verdes y montones de
flores sencillas que nos alegraban el recorrido.
Vimos gente en tiendas de campaña
porque en este país la acampada es libre.
Pasamos por túneles de 6, 8 y 10 km,
con zonas de luz en algunos tramos para romper la monotonía de la
oscuridad dentro del túnel.
Por el camino encontramos una de las
28 iglesias de madera que aún se conservan. Son de madera negra, con
tallas de dragones en las puertas para que no vengan malos espíritus.
En los campos adyacentes siempre hay
un cementerio de estos tan sencillos que llaman tanto la atención.
Por fin llegamos a la estación del
ferrocarril de Flam.
Este tren funciona todo el año, y
tiene correspondencia con la mayoría de trenes diurnos entre Oslo y
Bergen.
El viaje de Flan que parte del pequeño pueblo
de Myrdal es increíble, atrae a gente de todo el mundo y ofrece
vistas panorámicas sobre algunos de los paisajes más salvajes y
grandiosos de la naturaleza noruega.
El trayecto dura aproximadamente una
hora en un tramo de 20 km, pasando por 20 túneles que fueron
perforados a mano.
Vimos ríos que se abren paso entre
profundos barrancos, cascadas que se lanzan por laderas escarpadas
con picos nevados y granjas de montaña que se agarran a las laderas
empinadas.
De vez en cuando volvía la vista al interior de los vagones para ver el espectáculo que damos los
viajeros, precipitándonos de un lado al otro del tren en busca
de las mejores fotos.
Pero lo mejor del día estaba por
venir: el Sognefjord o Fiordo de los Sueños.
Este fiordo es el orgullo de Noruega,
abarca 204 km de largo, más de 1.000 m de altura en los muros de
piedra natural de sus orillas y 1.296 m en su parte más profundo.
Todos los viajeros que subimos al
barco que nos llevó de crucero de dos horas y media por el Fiordo de
los Sueños, aceleramos el paso para coger una de las sillas que
habían en la cubierta de arriba. Al cabo de un cuarto de hora, la
mitad bajaron a la cubierta del medio y luego los más, entraron en
la zona de cafetería que tiene amplios ventanales, para seguir
disfrutando de las maravillosas vistas a cubierto. Y es que hacía
frío, frío y viento.
Un viento fuerte que movía, de babor
a estribor y viceversa, las sillas que quedaron desocupadas. Debo
decir que valía la pena aguantar frío y viento para estar en
primera línea de una de las grandes experiencias que ofrece Noruega.
No me pregunte cuantas fotos hizo
Joseph, era un ir y venir: de babor a estribor, de proa a popa
buscando el mejor encuadre del azul de las profundas aguas que
contrasta con el verde fresco de las paredes cargadas de árboles.
A mitad de trayecto el fiordo se parte
en dos brazos. Nuestro barco entró en el derecho, muy estrecho.
Entonces, si estás delante, a proa, puedes imaginar que llevas el
timón y que conduces hacia la salida del brazo estrecho. De
repente, aparece el pueblo de Gudvangen. Final del trayecto.
De camino al hotel paramos en Voss,
en la cascada de la juventud, de donde sale una de las mejores
aguas de Noruega.
Recordé del agua de Voss, una botella
de vidrio que tengo en la nevera de casa y que compré en una tienda
de delicatessen porque me gustó el diseño.
Quién me iba a decir que algún día
vería la fuente en directo.