dijous, 9 de març del 2017

MONTAÑAS, FIORDOS, GLACIARES Y OTRAS TENTACIONES EN NORUEGA


Lo primero que suele hacer un viajero cuando se levanta de la cama es mirar que tal día hace pensando en las futuras fotos que hará si el tiempo lo permite.
El día despertó maravilloso: temperatura 12º y cielo despejado; pero aquí en Noruega ya se sabe: paraguas plegable y vestido "cebolla".


Los que saben una pizca de Geografía, recuerdan que los fiordos son el alma de Noruega.
Los fiordos se parecen a tranquilos lagos azules, pero tienen agua salada. Son brazos prolongados de los mares, que a menudo alcanzan grandes distancias tierra adentro con majestuosos acantilados alzándose a ambos lados del fiordo. Hermosas cascadas caen por las laderas de montaña casi verticales, por encima tuyo.


En esas paredes crecen coníferas y matorrales que llenan de color los reflejos del agua,. Allí algunos hombres fundaron pueblos y levantaron casas. Las granjas estaban sobre asientos tan vertiginosos que los padres tenían que atar a sus hijos y a sus animales con cuerdas a árboles y rocas para que no se precipitaran al vacío.


Desde Alesund donde habíamos pasado, la noche, nuestro viaje siguió a lo largo de la RV60 alejándonos del Océano.
Tras cruzar el Fiordo Storfjord, uno de los más largos e importantes, con 11 kilómetros de longitud, llegamos a Hellesylt donde nos esperaba un nuevo recorrido en ferry, en realidad un crucero a lo largo de todo el Fiordo de Geiranger.



La travesía de 20 km dura algo más de una hora y nos dieron un mapa indicador de las atracciones más conocidas a lo largo del Fiordo. También, en varios idiomas, recibimos información adicional sobre alguna de ellas por los altavoces del barco.
El agua estaba tranquila y por fin podíamos hacer los primeras fotos “Efecto Espejo”. Al cabo de diez minutos la cámara sacaba humo de tanto darle al disparador.


A derecha e izquierda se ven huellas de aludes y desprendimientos y cataratas que siguen cayendo con un ruido ensordecedor por las laderas. Al lado de las empinadas pendientes se ven huellas de la gente que ha vivido y trabajado en las granjas ya desiertas. Aquí las leyendas son numerosas y la historia se hace viva.


Al llegar a Geiranger cogimos un desvío hacia las Curvas del Águila, con once curvas de 180º. Unos veinte minutos nos costó llegar al mejor mirador de todo nuestro viaje por los fiordos noruegos, el mirador Ornesvingen.
Allí pudimos hacer la foto que editan en todos los catálogos de viajes a los fiordos noruegos, no tan bella; pero si más cálida porque estábamos nosotros.
Ver los dos cruceros en el final del fiordo, el pueblo de Geiranger rodeado de altas montañas aún nevadas, algunas cascadas y una ligera neblina, fue una de las imágenes que siempre recordaré de este viaje.


Tras el almuerzo, durante el trayecto a Briksdal, el fiordo Nordfjord también nos dejó unas panorámicas impresionantes.
Al llegar a Stryn para subir hasta el Glaciar de Briksdal, brazo del glaciar Jostedal ( el más grande de Europa), hay un camino de tierra muy agradable y en una hora de caminata subes hasta el mismo pie del glaciar.


Los más valientes subieron caminando, yo fui de las cobardes y me subió un carro eléctrico con capacidad para seis personas y que cuesta 1800 kn.
El Glaciar de Briksdal se encuentra a mitad de camino entre el Fiordo Geiranger y el Fiordo de los Sueños, dos de los fiordos más importantes de Noruega. Por lo tanto la parada en este glaciar es visita obligada.


Estar ante un glaciar una tarde soleada de junio fascinada por el brillo y color del hielo, rodeada de territorio puro, con Joseph ( de los valientes) y con tus mejores amigos, es de cortar la respiración. Aquí se necesitan muchas botellas de oxígeno para volver a la realidad.


Tengo que decir que hay excursiones organizadas con guía para caminar sobre el hielo del glaciar.
También vuelos en helicóptero sobre los fiordos (¼ de hora, € 1120 ). Demasiado caro para nuestros bolsillos.



Llevaré siempre en mi corazón el pueblo de Loden, el lugar donde pasamos la noche. Es un bonito y tranquilo pueblo a orillas de un fiordo. Tiene apenas 150 casas y 400 habitantes. Es el típico lugar en el que podrías pasar días de auténtica desconexión. Lo que más recuerdo de aquel lugar es el silencio.



Allí, en el hotel Loenfjord HTL, nos esperaba una cena con auténtica cocina noruega, y una cama de las que abrazan amorosamente.

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