Lo primero que suele hacer un viajero
cuando se levanta de la cama es mirar que tal día hace pensando en
las futuras fotos que hará si el tiempo lo permite.
El día despertó maravilloso:
temperatura 12º y cielo despejado; pero aquí en Noruega ya se sabe:
paraguas plegable y vestido "cebolla".
Los
que saben una pizca de Geografía, recuerdan que los fiordos son el
alma de Noruega.
Los
fiordos se parecen a tranquilos lagos azules, pero tienen agua
salada. Son
brazos prolongados de los mares, que a menudo alcanzan grandes
distancias tierra adentro con majestuosos acantilados alzándose a
ambos lados del fiordo. Hermosas cascadas caen por las laderas de
montaña casi verticales, por encima tuyo.
En esas paredes crecen coníferas y
matorrales que llenan de color los reflejos del agua,. Allí algunos
hombres fundaron pueblos y levantaron casas. Las granjas estaban
sobre asientos tan vertiginosos que los padres tenían que atar a sus
hijos y a sus animales con cuerdas a árboles y rocas para que no se
precipitaran al vacío.
Desde Alesund donde habíamos
pasado, la noche, nuestro viaje siguió a lo largo de la RV60
alejándonos del Océano.
Tras cruzar el Fiordo
Storfjord, uno de los más
largos e importantes, con 11 kilómetros de longitud,
llegamos a Hellesylt donde nos esperaba un nuevo recorrido
en ferry, en realidad un crucero a lo largo de todo el Fiordo de
Geiranger.
La travesía de 20 km dura algo más
de una hora y nos dieron un mapa indicador de las atracciones más
conocidas a lo largo del Fiordo. También, en varios idiomas,
recibimos información adicional sobre alguna de ellas por los
altavoces del barco.
El agua estaba tranquila y por fin
podíamos hacer los primeras fotos “Efecto Espejo”. Al cabo de
diez minutos la cámara sacaba humo de tanto darle al disparador.
A derecha e izquierda se ven huellas
de aludes y desprendimientos y cataratas que siguen cayendo con un
ruido ensordecedor por las laderas. Al lado de las empinadas
pendientes se ven huellas de la gente que ha vivido y trabajado en
las granjas ya desiertas. Aquí las leyendas son numerosas y la
historia se hace viva.
Al
llegar a Geiranger
cogimos un
desvío hacia
las
Curvas
del Águila,
con once
curvas
de 180º. Unos
veinte minutos nos costó llegar al
mejor mirador de todo nuestro viaje por los fiordos noruegos, el
mirador
Ornesvingen.
Allí
pudimos
hacer
la foto que editan
en todos
los catálogos
de
viajes a los fiordos noruegos,
no tan bella; pero si más cálida porque estábamos nosotros.
Ver
los dos cruceros en el final del fiordo, el pueblo de Geiranger
rodeado de altas montañas aún nevadas, algunas cascadas y una
ligera neblina, fue una de las imágenes que siempre recordaré de
este viaje.
Tras
el almuerzo, durante el trayecto a Briksdal, el fiordo Nordfjord
también nos dejó unas panorámicas impresionantes.
Al
llegar a Stryn
para subir hasta el Glaciar de Briksdal, brazo del glaciar
Jostedal ( el más
grande de Europa),
hay un camino de tierra muy agradable y en una hora de caminata subes
hasta el mismo pie del glaciar.
Los más valientes subieron caminando,
yo fui de las cobardes y me subió un carro eléctrico con capacidad
para seis personas y que cuesta 1800 kn.
El Glaciar de Briksdal se encuentra a mitad de camino entre el Fiordo Geiranger y el Fiordo de los Sueños, dos de los fiordos más importantes de Noruega. Por lo tanto la parada en este glaciar es visita obligada.
Estar ante un glaciar una tarde
soleada de junio fascinada por el brillo y color del hielo, rodeada
de territorio puro, con Joseph ( de los valientes) y con tus
mejores amigos, es de cortar la respiración. Aquí se necesitan muchas botellas de oxígeno para volver a la realidad.
Tengo que decir que hay excursiones
organizadas con guía para caminar sobre el hielo del glaciar.
También vuelos en helicóptero sobre
los fiordos (¼ de hora, € 1120 ). Demasiado caro para nuestros
bolsillos.
Llevaré siempre en mi corazón el
pueblo de Loden, el lugar donde pasamos la noche. Es
un bonito y tranquilo pueblo a orillas de un fiordo. Tiene apenas 150
casas y 400 habitantes. Es el típico lugar en el que podrías pasar
días de auténtica desconexión. Lo que más recuerdo de aquel lugar
es el silencio.
Allí, en el hotel Loenfjord HTL, nos
esperaba una cena con auténtica cocina noruega, y una cama de las
que abrazan amorosamente.