Había mirado algunos catálogos de
viajes y siempre la misma imagen: las preciosas casas de Bryggen,
en la orilla derecha de la bahía.
Y entonces lo supe, cuando la vi por
primera vez de manera real, fue un amor a primera vista. Con razón
dicen que es la ciudad más bella de Noruega.
Como una novia enamorada resplandecía en el suave sol de media tarde y sus casas comenzaron a brillar
cuando cayeron las primeras gotas de lluvia.
Dicen que Bergen tiene 275 días al
año de precipitaciones y en cualquier momento del día cae un
aguacero. Lo curioso es que en las estaciones de tren se ven máquinas
expendedoras de paraguas a 60 kr.
Nos habían recomendado no sólo
disfrutar de las fachadas de colores del muelle, sino adentrarnos por
los rincones entre los edificios, curiosear en los patios interiores
y explorar las paredes y observar los tableros con olor a madera
antigua.
Después de dejar el equipaje, así lo
hicimos. Pasear, pasear y pasear. Descubrir calles empinadas,
deliciosos rincones, primorosas casas, plazas floreadas y colores,
muchos colores.
Nuestra cena fue en Peppes Pizza y no
en uno de los múltiples restaurantes de pescado.
¡ Cuestión de economía !
¡ Cuestión de economía !
Era sábado y vimos mucho ambiente de
marcha de fin de semana.
Hacía frío, pero me llamó la
atención que las chicas noruegas no tenían. Vestían minifaldas,
camisetas sin mangas, zapatos muy altos ... todas preparadas para
lucir guapas como si de un ambiente playa mediterráneo se tratara.
La zona más interesante para los
viajeros está en una pequeña área fácilmente alcanzable a pie,
delimitada por las cuatro esquinas de la torre de Rosenkratz, la
catedral, el acuario y el jardín botánico y centrada en el puerto,
donde están los lugares principales y la parte más pintoresca.
Al día siguiente paseamos de nuevo por Bryggen (el muelle); y tenía otro aspecto, gente a sus
tareas, tiendas abiertas, mucha circulación ... estaba vivo.
Desayunamos en Fisketorget (el mercado
del pescado) y encontramos un animado ambiente desde primera hora de
la mañana.
Probé el Skillingsbolle, un típico
panecillo de canela.
Volvimos a visitar las encorvadas
casas de madera en la parte oeste del puerto porque son las casas de
madera más famosas del país donde vivían y trabajaban los alemanes
mercaderes de bacalao, de la llamada Liga Hanseática.
Después subimos al funicular
Fløibanen en la parte más alta de la montaña Floyer, para
disfrutar de unas espectaculares vistas de la ciudad.
Volvimos al mercado de pescado y
compré salmón de tres sabores diferentes, envasado al vacío y
preparado para que viaje en maleta a cualquier parte del mundo.
(Todo lo tienen pensado para que el viajero compre).
Cuando los chicos que atienden los
puestos de pescado ven grupos de turistas, hacen explicación y
ofrecen degustación de los productos.
Se podía probar bacalao ahumado,
marinado, dulce, arenques, salmón de varias clases y trocitos de
ballena cruda.
Después de tantos días de comer
salmón en los desayunos de los hoteles estoy saturada por una
temporada. No he hablado de los
platos típicos del lugar, como suelo hacer. No todo es salmón y
arenque. Hay cordero muy bueno, guisado con nabos, zanahoria, col y
granos de pimienta; ensaladas muy ricas con unas deliciosas salsas
sin aceite de oliva, claro. Y patatas, patatas guisadas de todas las
maneras posibles.
Olvidaba deciros que en el muelle, junto
al mercado de pescado, hay paradas de prendas de lana noruega, las
venden a precio más económico.
Pero yo no compré, me olvidé del
jersey de lana noruego. Preferí guardar el dinero para una próxima escapada en un vuelo barato a cualquier ciudad.
¿Amsterdam? ¿Lisboa? ¿Sevilla? ¿Madrid?
Me despedí de Bergen. Mi viaje por tierras noruegas llegaba a su fin. Sólo tenía
una queja: que la estancia no durara más.