Peñaranda es una joya incrustada en la Ribera del Duero, esa tierra de vinos gruesos, de bodegas excavadas en la roca y de hornos de leña donde la matanza sigue siendo una ceremonia. Aquí, más que un acto culinario, es un rito. El cerdo es memoria, es invierno, es familia reunida alrededor del humo.
Llegamos una mañana luminosa de primavera, con el aroma de los sarmientos quemados flotando todavía en el aire, y supe que me adentraba en un rincón donde Fernán González, el mítico conde de Castilla, habría cabalgado alguna vez.
No es solo el castillo el que me lo recordaba; es la historia de Castilla que había estudiado en mis tiempos universitarios y que me seguía por tierras burgalesas.
Entrada por una de las puertas que quedan de la muralla |
Una entrada triunfal
El primer golpe visual que tuvimos al llegar a la Plaza Mayor fue la columna del Rollo, icono y aviso para caminantes de que en la villa había una autoridad señorial con autonomía fiscal y judicial.
La Plaza Mayor, como casi todas las plazas mayores, es el corazón de esta localidad burgalesa y es de una armonía inesperada, parece diseñada para acoger el mercado medieval y está rodeada de monumentos históricos.
Frente a mí, la Casona de los Zúñiga-Avellaneda, señores de estas tierras, con su fachada blasonada y altiva, convertida hoy en museo.
En el otro lado la Colegiata de Santa Ana, con su imponente fachada renacentista. Dentro, el retablo mayor deslumbra con un barroquismo dorado, y un órgano histórico que recuerda que esta villa no fue una aldea cualquiera, sino un centro de poder y espiritualidad.
Plaza Mayor |
La Colegiata de Santa Ana |
Imagen de Santa Ana en la Portada |
El Rollo en el centro |
El castillo y las vistas del dominio
Desde la plaza puede verse la silueta del Castillo de Peñaranda, una fortaleza sobria del siglo X que fue reconstruida en el XIV. Su torre del homenaje guarda una exposición sobre la historia del lugar, pero son las vistas desde lo alto lo que se queda grabado: los tejados rojizos de la villa, el tapiz geométrico de los campos de viñas, y al fondo, el eco de la historia.
Uno casi espera ver galopar a Fernán González entre las encinas. Hay que subir a pie y nosotros por razones de movilidad, no subimos.
Plaza Mayor con el Castillo al fondo |
Una cueva, un vino, un fuego lento
Nos hubiese hecho mucha ilusión terminar la jornada en una de las bodegas subterráneas que se ubican en el subsuelo de Peñaranda. Allí, al calor del vino de la Ribera, que sirven en vaso de barro con unas tajadas de chorizo casero aún templadas del fuego, hubiese entendido que la historia no siempre se lee en libros. A veces se saborea. A veces se canta, y a veces, simplemente, se escucha en el crujir del horno, donde el lechazo se asa lento. Tuvimos que imaginarlo.
Qué ver en Peñaranda de Duero:
· Castillo medieval (siglo X, reconstruido en el XIV): entrada 2-3€, vistas espectaculares.
· Colegiata de Santa Ana: impresionante fachada y retablo barroco.
· Palacio de los Condes de Miranda (Avellaneda): museo, visitas guiadas.
· Rollo jurisdiccional: símbolo de villa con poder judicial propio.
· Plaza porticada y casonas blasonadas.
· Bodegas tradicionales: algunas visitables con cata.
· Antigua botica Ximeno: farmacia más antigua de España en funcionamiento.
· Gastronomía local: lechazo asado, morcilla de Burgos, embutidos de matanza, vino D.O. Ribera del Duero.
De vuelta, al recorrer sus calles empedradas, no podía evitar pensar en Olba, ese otro pueblo más escondido, más alto, más austero, pero con una nobleza parecida. En Olba donde están nuestras viñas, la luz es más cruda y el suelo más duro, pero el amor por el vino es el mismo
En Peñaranda de Duero se respira historia; allá, en Teruel, la estamos escribiendo.