dilluns, 1 de setembre del 2025

Covarrubias, broche final en el corazón del Arlanza

 


Ponemos punto final a nuestro viaje por tierras de Burgos en Covarrubias, la que llaman “la cuna de Castilla”. Tras la grandeza de Lerma y la espiritualidad de Silos, esta villa nos recibe con la calidez de lo auténtico: casas con alma, historia a flor de piedra y un río que lo atraviesa todo: el Arlanza.



Un paseo por la villa de los recuerdos

Llegamos sin prisa, como se debe llegar a Covarrubias. Las casas de entramado de madera, blancas y sobrias, nos envuelven en su armonía medieval. Allí cada calle parece tener memoria. Basta detenerse en una esquina, mirar al suelo empedrado, levantar la vista… y la historia aparece.

No es difícil imaginar a Fernán González paseando por estas mismas callejas, ni a Kristina —la princesa vikinga— recorriendo el corazón de esta villa que la acogió como hija exiliada del norte. Hoy, su sepulcro descansa en la Colegiata de San Cosme y San Damián, junto a un impresionante retablo mayor y la voz tranquila del tiempo.

Colegiata de San Cosme y San Damián


Monumento a la Princesa Vikinga

La Casa de Doña Sancha


Monumentos con alma


Callejear por Covarrubias es abrir una puerta tras otra al pasado. La Casa de Doña Sancha, de aspecto sobrio, recuerda la fuerza de las mujeres en la Castilla naciente. La muralla, con sus tramos aún en pie, nos habla de días en que la villa necesitaba protegerse. Y la plaza Doña Urraca, con sus balcones floridos y vida tranquila, parece un escenario preparado para detener el reloj.

No lejos de allí, nos topamos con el archivo del Adelantamiento de Castilla, una joya poco conocida que guarda documentos desde el siglo XVI. Un edificio que fue, durante siglos, el centro administrativo de toda la comarca.

Subimos también hasta el Torreón de Fernán González, la construcción civil más antigua de la villa, testigo de gestas y silencios. Y al otro lado del valle, la ermita de San Olav, moderna, simbólica, distinta: un templo levantado en homenaje a la princesa Cristina, que conecta Burgos con Noruega en un extraño, pero hermoso puente de memoria.

Torreón de Fernán González


Plaza de Doña Urraca

El río que une todo

Y ahí está el Arlanza, como un viejo narrador que nos ha seguido durante toda la ruta. Lo vimos serpenteando en Lerma, lo escuchamos en Silos, y ahora lo cruzamos sobre el puente de piedra de Covarrubias, donde los sauces se inclinan como saludando al viajero.

Ese puente fue, para nosotros, un símbolo. Como si al otro lado nos esperara el eco de todo lo recorrido. El Arlanza ha sido el hilo líquido de este viaje, custodiando las voces antiguas de la Castilla que fue.

Puente sobre el Arlanza  (foto Wikipedia)


El sabor del final

Nos despedimos como se despide uno de los lugares que dejan huella: sin palabras, con una copa de vino de la Ribera en la mano y una tapa de morcilla en la mesa. El sol bajaba sobre los tejados mientras las cigüeñas se posaban en la torre de la colegiata.

Covarrubias fue el final perfecto. Un lugar donde la historia no se muestra, sino que se vive. Donde lo humano y lo eterno aún se dan la mano. Y así, con el alma llena cerramos el círculo de nuestro viaje por el triángulo del Arlanza.


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