No sé qué esperaba encontrar exactamente cuando llegamos al Monasterio de San Pedro de Arlanza, perdido entre las hoces del río Arlanza y envuelto por un paisaje poderoso. Quizá algo más parecido a un lugar venerado, cuidado, con ese aire solemne que tienen los santuarios de la historia. Pero lo que me encontré fue otra cosa. Algo que, sinceramente, me removió por dentro.
Las ruinas del monasterio se alzan —o mejor dicho, resisten— entre cipreses y muros desgastados por el tiempo… y por el abandono. El silencio es casi total, roto solo por el viento que se cuela entre los arcos rotos, por los pasos lentos de los pocos visitantes que, como nosotros, llegan hasta aquí y por el ir y venir de los obreros que allí trabajan. Al principio sentí curiosidad. Luego, desolación.
Tuvimos suerte de tener un guía para nosotros solos. Nos explicó que este lugar, este rincón de piedra, fue una de las cunas espirituales de Castilla.
Fundado en el año 912 por el conde Gonzalo Fernández, padre de Fernán González, no es exagerado decir que aquí empezó a gestarse buena parte de la identidad castellana. Aquí estuvo enterrado el propio Fernán González —al menos durante siglos— hasta que lo trasladaron al monasterio de San Pedro de Cardeña. El Arlanza fue su primer reposo.
Y sin embargo, caminas entre las columnas partidas y los capiteles decapitados y lo que sientes es una especie de indignación.
¿Cómo es posible que este lugar, con semejante valor simbólico e histórico, haya sido tan olvidado? ¿Cómo se permite que uno de los focos fundacionales del Reino de Castilla —nada menos— acabe siendo un sitio que parece haber sido saqueado más que restaurado?
Los frescos que aún se conservan protegidos en una sala -nos dijo- son una muestra de la belleza románica que albergó. Pero muchos de los más valiosos están… en Nueva York. Literalmente. En el Museo Metropolitano. El claustro románico fue vendido en el siglo XX piedra a piedra. Las esculturas y restos arqueológicos, dispersos por museos de medio mundo.
Me recorrió una especie de rabia al pensarlo. No sé si es por la historia o por el desprecio a la memoria. O por ambas cosas.
Pero entre esa indignación que sentíamos, tengo que decir que también hay un rayo de esperanza. Ahora se están haciendo trabajos de consolidación y restauración. Poco a poco, piedra a piedra, parece que alguien ha decidido que este lugar merece algo mejor. No sé si llegarán a devolverle su dignidad, pero al menos ya no está condenado al derrumbe.
Caminar por San Pedro de Arlanza es hacer una ruta por las heridas del tiempo. Pero, como dijo el guía, también es recordar que Castilla no nació en palacios ni en universidades, sino en lugares como este: solitarios, ásperos, profundos, hechos de roca y resistencia.
Y mientras me alejaba, entre encinas y el rumor del agua del Arlanza, me prometí volver. Quizá para ver cómo florece de nuevo.
Recomendaciones prácticas:
Ubicación:
Monasterio de San Pedro de Arlanza, término municipal de Hortigüela, en la provincia de Burgos. Se encuentra entre Covarrubias y Santo Domingo de Silos, rodeado de un entorno natural espectacular.
Cómo llegar:
Desde Burgos capital, se tarda aproximadamente 1 hora en coche. La carretera BU-905 bordea el río Arlanza y regala vistas preciosas.
Horario (verano 2025):
De martes a domingo: de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 20:00
Precio: Entrada general, 3 euros
Consejo:
Llevar calzado cómodo y agua, sobre todo si vas en verano. El entorno invita a caminar y perderse un poco. También puedes enlazar la visita con Covarrubias, el desfiladero del río Mataviejas o Santo Domingo de Silos.