dilluns, 18 d’agost del 2025

EL ECO DEL SILENCIO EN SILOS

 




Llegamos a Santo Domingo de Silos una tarde de mayo cuando el sol ya no abrasaba, pero aún teñía de oro las fachadas de piedra. El pueblo parecía dormido en un tiempo diferente, uno donde la prisa no tiene cabida.

No subimos al mirador —las cuestas empedradas no se llevan bien con mis rodillas—, pero decidimos perdernos un rato entre las callejuelas hasta que llegase la hora de la visita al Monasterio.

Las flores en los balcones parecían escogidas con mimo. En una esquina, un gato blanco dormitaba a la sombra de un ciprés, ajeno al mundo.




Caminamos hasta el Monasterio y entré sin saber muy bien qué buscaba, quizá un poco de sombra, quizá algo más.

Dentro, el claustro románico parecía ajeno al paso del tiempo. Las columnas, talladas con una delicadeza casi imposible, contaban historias sin palabras: leones, sirenas, escenas bíblicas... Cada capitel era una novela muda.






Luego nos sentamos en un banco de madera, rodeados por siglos de oración, no había prisa.
Y entonces sucedió: el canto gregoriano de vísperas comenzó a llenar el aire. Era la voz de los monjes. Cerré los ojos. No había tiempo, no había prisa. Solo esa música ancestral y el alma un poco más en paz.





Al salir, en una pequeña tienda de productos locales, mientras mirábamos miel y quesos, el dueño nos contó que el canto gregoriano del Monasterio se ensaya a diario, y que hay vecinos que, aun no siendo religiosos, se sientan a escucharlo como quien se toma una infusión para el alma. "Aquí el silencio suena", dijo sonriendo. Y tenía razón.

Nos sentamos en una terraza frente a la plaza, a tomar un café. Una mujer del pueblo se acercó a saludarnos. "¿Son ustedes de fuera?", preguntó. Y cuando respondimos que sí, que veníamos de lejos, nos dio una recomendación: “Paseen después de las nueve, cuando refresca. El pueblo se vuelve de color miel”.






Lo hicimos. Fue en ese instante cuando sentí que Silos no es solo un lugar, es una forma de estar. De habitar el mundo con menos ruido y más pausa.



Asistir a las vísperas con canto gregoriano, especialmente a las 19:00 (o 20:00 en verano), se considera una de las experiencias más memorables santodomingodesilos.es.






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