Había
leído en un libro que no es recomendado volver a un lugar donde
fuiste muy feliz porque esta es la manera de empezar a perderlo. No
funciona esto con Vitoria donde en mi juventud fui tan dichosa.
Vitoria-Gasteiz ha mejorado tanto con los años que está
irreconocible en muchos aspectos. Sus habitantes siguen siendo igual
de acogedores, la belleza del casco antiguo está allí, y volví con
mi mejor compañero de viaje, el de siempre, Joseph.
Las
murallas del siglo XI que, aún hoy en día, rodean la ciudad, son
testigo de su fundación, por el rey Sancho VI de Navarra, en 1181.
Su historia milenaria se percibe paseando por las estrechas calles y
zonas gremiales de su casco histórico medieval, considerado uno de
los mejores conservados del mundo. Si miramos el plano se podría
comparar la ciudad con una cebolla. Su corazón, una almendra
medieval perfecta - estructurada en torno a tres calles principales
longitudinales, cortadas por cantones, y rodeada por dos fortalezas-,
se ha ido envolviendo, capa a capa, al abrigo del tiempo y con el
arrullo de su anillo verde.
El
punto de partida de la visita es la Plaza
de la Virgen Blanca,
un lugar de encuentro de los vitorianos y donde cada 4 de agosto,
como pistoletazo de salida de las fiestas patronales, Celedón baja
de las alturas portando un paraguas. En el centro está el monumento
a la Batalla de Vitoria contra las tropas de Napoleón. Al fondo,
como un decorado, se alza la Iglesia
de San Miguel,
de estilo gótico-renacentista del siglo XIV, desde cuya torre es
lanzado Celedón y es el hogar de la Virgen Blanca.
Subiendo
las escaleras de San Miguel se llega a la balconada de la Virgen
Blanca, a la
Plaza del Machete y
a los Arquillos
, rincones sumamente fotogénicos. Callejeamos por la primera de las
calles de la zona vieja, Cuchillería, “la Cutxi”, como la
llaman. Allí podemos ver la Casa Cordón, llamada así por el cordón
franciscano del arco de entrada. Más adelante nos topamos con el
Palacio de los Arrieta-Maestu que actualmente alberga el Museo
Fournier de Naipes.
Seguimos
hasta llegar al Cantón de Santa Ana (a nuestra derecha), donde
fotografiamos un mural del itinerario muralístico de
Vitoria-Gasteiz. Continuando por la Calle Pintoreria, “la Pinta”,
llegamos hasta el Cantón de Santa María. Cerca, luce majestuosa la
Catedral de Santa María, templo gótico del siglo XIII.
Esta
templo es único, chocante, curioso, vivo y cambiante. Estos son
algunos de los adjetivos que se me ocurren para la iglesia más
extraña y rocambolesca que he visitado nunca, pero también de las
más bonitas. Sucesivas construcciones, reformas y arreglos dejaron
la catedral hecha un desastre; es por ello que se decidió
arreglarla de abajo a arriba. Esta restauración empezó hace algunos
años y aún durará otros tantos. Bajo el nombre "Abierto por
obras", esta Catedral jamás ha sido cerrada al público a pesar
de los trabajos.
Continuando
la ruta nos topamos con parte de Las Murallas medievales de la
ciudad, el Palacio Escoriaza-Esquivel y el Palacio de Montehermoso,
centro cultural donde se producen obras de arte del pensamiento
contemporáneo. Bajamos por unas escaleras hasta llegar a la Calle
Herrerería, donde llegamos a la Iglesia de San Pedro. Al final de la
calle volvemos por Correría, a la Plaza de las Bullerías, antigua
necrópolis medieval. Para finalizar, bajaremos a la Calle Zapatería
para salir al lugar donde empezamos la visita, la Plaza de la Virgen
Blanca.
Hay
muchos más rincones que merecen ser vistos en un paseo por el casco
viejo y también podéis imaginar la cantidad de bares, restaurantes
y tiendas que hay en esta zona de la ciudad; es apabullante, así
que dejaremos para otro capítulo el tema gastronómico, que aquí es
sobresaliente.
Un
cielo enorme nos despidió: en un extremo, oscuros nubarrones, en el
otro, sólo azul con nubes blancas.