dijous, 2 de desembre del 2021

DURBUY, la ciudad más pequeña del mundo

 




Todos los folletos turísticos y la mayoría de reportajes de viajes anuncian con grandes títulos que este pequeño enclave tiene carácter de ciudad: “Durbuy la ciudad más pequeña del mundo”. Busqué la información del por qué de esto, de dónde le viene ese prestigio que parece ser se había ganado en tiempos pasados.

Aunque hoy parezca un lugar perdido entre los bosques, en realidad durante la Edad Media, Durbuy fue un activo lugar de frontera, la frontera del ducado de Luxemburgo.

Durbuy tiene el título de ciudad desde que, en el año 1331, Juan I de Bohemia, Conde de Luxemburgo y Rey de Bohemia se lo otorgó con la finalidad de instaurar allí un ejército permanente. En aquellos tiempos sólo las ciudades podían tener ejército propio. A partir de entonces se dijo que es la ciudad más pequeña del mundo.

De todo ello se deduce que Durbuy tuvo mucha importancia en la época medieval, dicen que fue gracias a su ubicación, a orillas del río Ourthe. Este río es el afluente derecho del río Mosa y actualmente es conocido como "el paraíso de la pesca en Valonia". Sus aguas son tranquilas y limpias, y sirven para pescar, navegar o sólo para hacer una merienda en la orilla.





Hoy en día, el turismo es la principal actividad de Durbuy.


Llegamos a Durbuy en coche y enseguida vimos que es una ciudad muy visitada porque está rodeada de aparcamientos de pago al aire libre, bien cuidados y todos situados a las afueras. En temporada alta o en fines de semana deben estar llenos.

Nosotros la hemos visitado en noviembre, a mitad de semana. Había poca gente y la mayoría de los comercios y restaurantes turísticos estaban cerrados. Enseguida pensé en otros lugares pequeños y turísticos que les sucede lo mismo; Peratallada, Pals, Cambrils, etc.

Como el territorio a recorrer es tan pequeño no supone una gran caminata visitarlo todo.







Un paseo por su laberinto de callejuelas medievales


Dejamos el coche en el parking junto al río y la primera atracción que nos dio la bienvenida fue la famosa Roche-a-Frêne que encajona la ciudad por uno de sus lados. Este anticlinal es conocido como el anticlinal de Omalius en honor al geólogo que lo describió y registró. Es un lugar encantador que da un espectáculo visual muy armónico.

 la famosa Roche-a-Frêne 


Castillo de los Condes de Ursel


Castillo de los Condes de Ursel



En la entrada a la ciudad, nada más atravesar el puente sobre el río Ourthe, ya tenemos la primera imagen del Castillo de los Condes de Ursel, construido en el siglo XI y reconstruido por la propia familia en el siglo XVII, cuando de él apenas quedaban ya las ruinas.





Comienzamos el paseo por el pequeño casco antiguo, recorrimos despacio el laberinto de calles porque es uno de los encantos que no se puede perder y disfrutamos de esas casas de piedras grises y tejados de pizarra que han conservado su fisonomía desde hace más de 300 años.






Fotografiamos desde otros puntos el Castillo de los Condes de Ursel y la Iglesia de San Nicolás (justo al lado del castillo). Y también el río que respira dinamismo allá donde mires.








Guardamos para siempre las imágenes de todas las casitas de piedra antigua con marcos y entramados de madera, los jardines, los puentes sobre el río, la iglesia, el castillo, las coquetas tiendas… Todo ello forma un conjunto idílico, un lugar de postal realmente. Y es que incluso la naturaleza acompaña.



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