Salimos sin prisa, como hacemos a estas alturas de la vida. El cielo estaba limpio, el aire fresco, y el coche cargado con lo justo: algo de fruta, agua, una antigua guía arrugada de Las Merindades, la nueva cámara compacta de Joseph, mi libreta viajera y las ganas intactas de seguir descubriendo.
No importa cuántos años hayan pasado ni cuántos viajes llevamos a cuestas; el norte de Burgos siempre guarda algo nuevo para nosotros.
Nuestra primera parada fue Puentedey, un pueblo colgado sobre un milagro de la naturaleza.
Aparcamos a la entrada, justo al lado del panel informativo, y caminamos despacio hasta el arco de piedra por donde corre el río Nela.
Es difícil no asombrarse frente a semejante prodigio: una enorme gruta natural que sostiene las casas del pueblo. Dicen que el puente fue hecho por Dios, y aunque no somos de muchas creencias, aquí todo parece sagrado. Las piedras, el agua, la quietud.
Recorrimos el pequeño núcleo del pueblo, con sus balcones de madera, su iglesia románica y esa paz que sólo tienen los lugares que han resistido el paso del tiempo.
Una vecina que barría la entrada de su casa nos saludó con una sonrisa. Nos preguntó de dónde veníamos y nos habló de su infancia entre esos muros y del orgullo con que la gente de Puentedey cuida ese rincón del mundo.
Jubileta aprovechó para descansar un ratito. Jubileto andaba probando la cámara compacta que le habíamos regalado.
Luego tomamos la carretera en dirección a Ojo Guareña, serpenteando entre valles, prados salpicados de flores silvestres y vacas que pastaban como si el mundo no les importara.
Llegar a Ojo Guareña siempre impresiona. La ermita de San Bernabé, medio escondida en la roca, parece más un secreto que un lugar turístico.
Había un pequeño grupo guiado en la entrada que seguramente escuchaba atentamente la historia de los ermitaños, las pinturas en las paredes, el milagro del arroyo subterráneo… Nosotros lo dejamos así.
La última visita del día fue a Medina de Pomar, una villa que mezcla la sobriedad castellana con
un pasado noble que aún se nota en sus piedras.
Comimos en un restaurante de la entrada, sin ninguna prisa, viendo pasar a
la gente del pueblo. Después paseamos hasta el Alcázar de los Condestables,
imponente sobre la colina. No subimos esta vez; preferimos rodearlo, sentarnos
en un banco y mirar cómo la tarde empezaba a estirarse, lenta, como nosotros.
Al volver al coche, el sol empezaba a caer.
Conducimos de regreso por carreteras secundarias, con las ventanillas abiertas
y el sonido del campo entrando como una vieja canción que nunca pasa de moda.
Fue solo un día, pero nos bastó para recordarnos por qué seguimos viajando: no
para ver más, sino para ver mejor.
Ruta del Día (aprox. 60-70 km, 1h30 de conducción total, sin contar paradas):
1. Salida desde Villarcayo (punto base ideal)
2. Puentedey – Visita al pueblo y al arco natural sobre el río Nela.
3. Ojo Guareña – Parada en el Santuario de San Bernabé y posible visita guiada a las cuevas.
4. Medina de Pomar – Comida, paseo por el casco histórico y visita opcional al Alcázar.
5. Regreso al punto de partida por carreteras secundarias.
Recomendaciones Gastronómicas
Comida en Medina de Pomar:
Restaurante El Linaje – Comida casera, pero casera de verdad. Cantidad y calidad en cada plato del menú, por cierto variado. El trato inmejorable de la camarera. Precio del menú 15 € y a un paso del centro histórico de Medina de Pomar.
Paradas opcionales si hay tiempo o ganas
Ermita San Pantaleón de Losa: Un desvío breve desde Puentedey, con vistas espectaculares y una iglesia románica enclavada sobre una roca
.
Merendero de Sotoscueva: Junto a Ojo Guareña, lugar tranquilo para comer si se prefiere al aire libre.
Paseo del río Nela (Villarcayo): Para terminar el día con una caminata suave entre chopos y agua.
A veces, sin planearlo demasiado, uno acaba en lugares que le marcan muy dentro. Así fue este viaje por Las Merindades, en el norte de Burgos. Un rincón del mapa al que llegamos un poco por azar y porque nos faltaban por visitar algunos lugares.
En Las Merindades no encontramos grandes multitudes, ni espectáculos grandiosos, ni luces que deslumbran. Pero encontramos pausas, miradas largas, caminos que se dejan andar sin prisa. Encontramos otra vez la capacidad de asombrarnos por lo sencillo.