dissabte, 23 d’agost del 2025

Mi refugio en el Delta del Ebro: La Ràpita

 



Cada vez que llego a mi apartamento en el Delta del Ebro siento que entro en otro mundo. Aquí no hay prisa, no hay ruido, solo la calma que regala el paisaje y el murmullo del mar. Me doy cuenta de lo que significa, de verdad, el silencio: un silencio lleno de vida, donde se escuchan las aves sobrevolando los arrozales, el vaivén de las olas en la bahía y, de fondo, ese aire limpio que parece abrazarlo todo.

Campo de arroz en agosto


El Delta tiene algo que lo hace distinto a cualquier otro lugar. Sus horizontes abiertos invitan a detener el tiempo: los flamencos descansando sobre el agua, la geometría de los arrozales cambiando de color con cada estación, y esas puestas de sol que pintan el cielo de rojo y naranja sobre la bahía de los Alfacs. Aquí la naturaleza se convierte en terapia, en un recordatorio de lo esencial.

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Desde la terraza de mi refugio


Aquí, en mi refugio de La Ràpita, dentro del Delta, el tiempo se detiene… y yo dejo que sea así.

Puerto de La Ràpita


Pero La Ràpita no sería lo mismo sin su gente. En las terrazas del paseo marítimo, en el puerto, siempre hay alguien dispuesto a compartir una charla, una sonrisa, o una recomendación de dónde probar el mejor pescado del día. Porque la gastronomía aquí sabe a mar: unos mejillones recién abiertos, un suquet de peix cocinado con paciencia, o simplemente una caña bien fría acompañada de unas tapas mirando cómo entran y salen los barcos. Todo tiene el sabor de lo auténtico.

En este rincón se mezclan la paz del entorno natural con la calidez humana. Por eso, cada vez que vuelvo, siento que no solo descanso: me reconcilio con la vida lenta, con esa forma de vivir que tanto necesitamos y que tan fácil es olvidar.




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