dijous, 17 de juliol del 2025

Peñaranda de Duero: el alma medieval de la Ribera del Duero

 


Peñaranda es una joya incrustada en la Ribera del Duero, esa tierra de vinos gruesos, de bodegas excavadas en la roca y de hornos de leña donde la matanza sigue siendo una ceremonia. Aquí, más que un acto culinario, es un rito. El cerdo es memoria, es invierno, es familia reunida alrededor del humo.


Llegamos una mañana luminosa de primavera, con el aroma de los sarmientos quemados flotando todavía en el aire, y supe que me adentraba en un rincón donde Fernán González, el mítico conde de Castilla, habría cabalgado alguna vez.

No es solo el castillo el que me lo recordaba; es la historia de Castilla que había estudiado en mis tiempos universitarios y que me seguía por tierras burgalesas.


Entrada por una de las puertas que quedan de la muralla


Una entrada triunfal


El primer golpe visual que tuvimos al llegar a la Plaza Mayor fue la columna del Rollo, icono y aviso para caminantes de que en la villa había una autoridad señorial con autonomía fiscal y judicial.

La Plaza Mayor, como casi todas las plazas mayores, es el corazón de esta localidad burgalesa y es de una armonía inesperada, parece diseñada para acoger el mercado medieval y está rodeada de monumentos históricos.

Frente a mí, la Casona de los Zúñiga-Avellaneda, señores de estas tierras, con su fachada blasonada y altiva, convertida hoy en museo.

En el otro lado la Colegiata de Santa Ana, con su imponente fachada renacentista. Dentro, el retablo mayor deslumbra con un barroquismo dorado, y un órgano histórico que recuerda que esta villa no fue una aldea cualquiera, sino un centro de poder y espiritualidad.

Plaza  Mayor

La Colegiata de Santa Ana

Imagen de Santa Ana en la Portada

El Rollo en el centro


El castillo y las vistas del dominio


Desde la plaza puede verse la silueta del Castillo de Peñaranda, una fortaleza sobria del siglo X que fue reconstruida en el XIV. Su torre del homenaje guarda una exposición sobre la historia del lugar, pero son las vistas desde lo alto lo que se queda grabado: los tejados rojizos de la villa, el tapiz geométrico de los campos de viñas, y al fondo, el eco de la historia. 
Uno casi espera ver galopar a Fernán González entre las encinas. Hay que subir a pie y nosotros por razones de movilidad, no subimos.

Plaza Mayor con el Castillo al fondo



Una cueva, un vino, un fuego lento


Nos hubiese hecho mucha ilusión terminar la jornada en una de las bodegas subterráneas que se ubican en el subsuelo de Peñaranda. Allí, al calor del vino de la Ribera, que sirven en vaso de barro con unas tajadas de chorizo casero aún templadas del fuego, hubiese entendido que la historia no siempre se lee en libros. A veces se saborea. A veces se canta, y a veces, simplemente, se escucha en el crujir del horno, donde el lechazo se asa lento. Tuvimos que imaginarlo.



Qué ver en Peñaranda de Duero:


· Castillo medieval (siglo X, reconstruido en el XIV): entrada 2-3€, vistas espectaculares.

· Colegiata de Santa Ana: impresionante fachada y retablo barroco.

· Palacio de los Condes de Miranda (Avellaneda): museo, visitas guiadas.

· Rollo jurisdiccional: símbolo de villa con poder judicial propio.

· Plaza porticada y casonas blasonadas.

· Bodegas tradicionales: algunas visitables con cata.

· Antigua botica Ximeno: farmacia más antigua de España en funcionamiento.

· Gastronomía local: lechazo asado, morcilla de Burgos, embutidos de matanza, vino D.O. Ribera del Duero.






De vuelta, al recorrer sus calles empedradas, no podía evitar pensar en Olba, ese otro pueblo más escondido, más alto, más austero, pero con una nobleza parecida. En Olba donde están nuestras viñas, la luz es más cruda y el suelo más duro, pero el amor por el vino es el mismo

En Peñaranda de Duero  se respira historia; allá, en Teruel, la estamos escribiendo.





dimarts, 8 de juliol del 2025

“ONGI ETORRI”, DONOSTIA. ¡TODA UNA CIUDAD NOS ESPERA!

 



Para hacerse una idea de lo hermosa que es esta ciudad, hay que subir primero hasta el monte Igeldo. Desde allí se experimenta, sin exagerar, ¡amor a primera vista!

Donostia se descubre desde lo alto, con la bahía de la Concha desplegándose como una postal perfecta: su paseo marítimo curvado con elegancia, la isla de Santa Clara flotando en el centro como un pequeño misterio verde, y al otro extremo, el monte Urgull, coronado por el Sagrado Corazón y rodeado por el Paseo Nuevo, uno de los lugares más mágicos para asomarse al mar cuando las olas rompen con fuerza contra las rocas.

Bahía de La Concha

Este primer flechazo no es más que el comienzo. Porque Donostia no es una ciudad única, sino muchas ciudades dentro de una sola. Cada barrio tiene su alma, su historia, su ritmo. 
Desde los sabores intensos de la Parte Vieja hasta la serenidad del barrio de Gros, desde el aire señorial del Ensanche hasta el ambiente familiar de Amara. En total, seis barrios que componen un mosaico lleno de matices, donde cada rincón invita a quedarse un poco más.





UN POCO DE HISTORIA


Hay que pensar que fue el mar el que trajo a los primeros pescadores, buscando refugio bajo la protección del monte Urgull. Aquí nació la semilla de lo que sería, siglos después, una ciudad vibrante y cosmopolita.

Donostia o San Sebastián en español, fue villa marinera, plaza militar y destino real. Su transformación en ciudad turística comenzó en el siglo XIX, cuando la reina Isabel II eligió sus aguas para tomar baños de mar. Aquello marcó el inicio de una nueva era. La aristocracia y la alta burguesía comenzaron a veranear aquí, y la ciudad se llenó de jardines, casinos y hoteles de lujo.







A lo largo del siglo XX, Donostia vivió momentos difíciles, pero también floreció como centro cultural, capital gastronómica y ejemplo de urbanismo amable. Hoy es una ciudad orgullosa de su identidad vasca, abierta al mundo, donde la tradición y la modernidad conviven con naturalidad.



LO INDISPENSABLE


¿Vas por primera vez? Aquí tienes una pequeña guía para no perderte lo esencial:

  • Recorrer la Parte Vieja: El corazón palpitante de Donostia. Calles estrechas, bares llenos de vida, olor a mar y a cocina en miniatura

  • Museo San Telmo: Arte, historia y cultura vasca en un antiguo convento del siglo XVI renovado con gusto y sensibilidad.

  • Área romántica y arquitectura Belle Époque: Pasea por el Ensanche Cortázar, con sus edificios elegantes, cafés históricos y plazas con encanto.







Las tres mejores panorámicas:

· Monte Igeldo: Para enamorarte.

· Monte Urgull: Para entender la historia.

· Monte Ulia: Para respirar y caminar entre acantilados y bosques.

  • Pintxos: Cada bar es una parada gastronómica. No hay reglas, solo hambre y curiosidad.

  • La Playa de la Concha: Elegante, urbana, perfecta para pasear al atardecer.

  • El Peine del Viento: La obra de Chillida golpeada por el mar. Un lugar donde el arte y la naturaleza se abrazan.


Donostia es de esas ciudades que se graban en la memoria y el paladar. Que se viven paso a paso, entre paseos junto al mar y conversaciones al caer la tarde.



Porque como bien dice el cartel al llegar: “Ongi etorri” —bienvenido
Y aquí, de verdad, uno se siente en casa.


dimecres, 2 de juliol del 2025

FRÍAS, OÑA Y POZA DE LA SAL: UNA RUTA HACIA LAS RAÍCES DE CASTILLA

 


En el norte de la provincia de Burgos, entre las comarcas de La Bureba y Las Merindades, se esconde una ruta mágica que parece sacada de un libro de historia. Frías, Oña y Poza de la Sal son tres pueblos que resumen buena parte del espíritu de Castilla: fortalezas medievales, monasterios milenarios y un paisaje que parece detenido en el tiempo.


Esta ruta en coche es ideal para explorar cuáles fueron las raíces de Castilla, con paisajes espectaculares, patrimonio medieval y mucha historia.

Aquí os propongo una ruta circular de un día (o dos, si se desea hacerla con más calma), partiendo desde Burgos ciudad, aunque se puede adaptar según el punto de partida. (Otro buen punto sería Briviesca)




Itinerario sugerido (1 día)


Briviesca→ Poza de la Sal (25 min)
Poza de la Sal → Oña (17 min)
Oña → Frías (27 min)
Frías → Tobera y regreso a Briviesca (40 min)



Ocurre muchas veces que los viajeros sentimos que hay lugares en los que el tiempo no corre, si no que camina despacio, con paso firme, como si se resistiera a borrar las huellas de un pasado que todavía late en cada piedra y en cada torre.




Así es esta ruta entre Poza de la Sal, Oña y Frías, esos tres pueblos burgaleses que no solo están conectados por carreteras sinuosas y paisajes bonitos, sino por un alma común: la de Castilla en sus inicios.

Esta tierra vio nacer leyendas, reyes, monasterios, batallas y silencios. Y ahora, siglos después, nos ofrece una escapada inolvidable por el corazón histórico de Castilla.


Primera parada: Poza de la Sal, salinas, historia y naturaleza.


Desde que te acercas por carretera, Poza de la Sal se presenta como un pequeño milagro geológico y humano. A un lado, el diapiro —una herida blanca en la tierra que recuerda la importancia milenaria de la sal— y al otro, el pueblo, un apretado de casas de madera y tejas rojizas que trepan por la ladera.

Poza fue un centro estratégico de explotación de sal desde tiempos de los romanos. Pero más allá de sus salinas, que aún hoy pueden visitarse, Poza es historia viva. Aquí nació el naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, y su legado impregna el aire limpio y las rutas que rodean el pueblo, como si cada ave en el cielo llevara su nombre.


Iglesia de San Cosme y San Damián



Las Salinas

Félix Rodríguez de la Fuente


Hay que subir al castillo de los Rojas, que guarda silenciosamente las vistas más sobrecogedoras de La Bureba. Allí, el horizonte se deshace en campos dorados, como si Castilla todavía fuera un mar de trigo sin fin como nos decían cuando estudiábamos geografía en el instituto.

Qué ver en Poza:

Las salinas, perfectamente conservadas.

El Castillo de los Rojas, con unas vistas espectaculares de La Bureba.

La casa natal de Félix Rodríguez de la Fuente, figura clave de la divulgación naturalista en España.



Segunda parada: Oña, el monasterio que soñó con un reino


A unos kilómetros, tras un breve trayecto entre colinas y bosques, aparece Oña, recogida en un valle verde, entre peñas y agua.

Poza guarda la memoria de la tierra, Oña custodia el alma de Castilla.

Iglesia de San Salvador

 

Antiguo Monasterio de San Salvador




El Monasterio de San Salvador, fundado en el año 1011, no es solo una joya del románico: es el panteón de los primeros reyes castellanos y navarros. Sus muros de piedra milenaria parecen haber absorbido siglos de oraciones, conspiraciones, alianzas y silencios. Allí están enterrados condes, infantes y reyes; allí nació, en muchos sentidos, la Castilla que siglos después sería imperio.

Caminar por el claustro, admirar sus retablos, dejarse guiar por su historia… es una experiencia que va más allá del turismo. Es reencuentro con las raíces.

Pero Oña no es solo historia: su entorno natural, presidido por el río Oca, ofrece rutas entre hayedos y cortados, como la del desfiladero del Oca, perfecta para una tarde de paseo entre sombras frescas y susurros de agua.

Desfiladero del Oca



Imprescindibles en Oña:

Visita guiada al monasterio, que combina historia, arte románico y espiritualidad.

El barranco del Oca, ideal para una caminata al aire libre.

Casa del Parque del espacio natural Montes Obarenes-San Zadornil, si te interesa el turismo de naturaleza.





Tercera parada: Frías, la ciudad más pequeña de España


Y cuando ya crees que la ruta no puede darte más, llegas a Frías. Lo primero que impresiona es su posición: un pueblo que desafía la gravedad, colgado sobre un promontorio de roca, con un castillo en lo alto que parece flotar entre nubes y siglos.

Frías es oficialmente la ciudad más pequeña de España, pero no le hace falta tamaño para dejar huella. De hecho, parece que cada piedra de sus calles empedradas, cada casa colgada sobre el abismo, cada arco medieval, quiere contarte una historia.

Puente medieval sobre el Ebro



El puente medieval sobre el Ebro, con su torre defensiva en el centro, es uno de los más bellos del país. Cruzarlo es como traspasar un portal en el tiempo.


Castillo de los Velasco

Callejeando por sus calles


Arriba, el Castillo de los Velasco vigila desde su torre del homenaje. Y abajo, en las calles no hace falta hacer nada más que pasear. Sentarte en una plaza. Mirar al valle. Respirar. Porque Frías no se visita, se contempla y se siente.




Casas colgadas


Qué no perderse en Frías:


El Castillo de los Velasco, con su torre del homenaje y vistas únicas.

El puente medieval de origen romano.

Pasear sin rumbo por su casco urbano, descubriendo detalles en cada esquina.


Cuarta parada: Tobera, un rincón con mucho encanto



A escasos kilómetros de Frías, en la cercana localidad de Tobera, encontramos uno de los rincones con más encanto de Las Merindades: un pequeño templo de estilo románico que fue construido en el siglo XIII bajo las paredes del desfiladero.

Ermita de Nuestra Señora de la Hoz.


Nos referimos a la ermita de Nuestra Señora de la Hoz.
Junto a la ermita se encuentra el antiguo puente medieval que cruza el río Molinar y el humilladero del Cristo de los Remedios (siglo XVII) El conjunto es un regalo para los viajeros que lo contemplan.


Río Molinar


Desde la ermita se inicia un interesante recorrido semicircular de poco más de un kilómetro junto al río Molinar. Este paseo que lo pudo hacer Joseph, permite descubrir dos bonitas cascadas ubicadas en el cercano pueblo de Tobera.


Cascada de Tobera en la ruta del río Molinar

Cascadas de Tobera en la ruta del río Molinar



Aquí el río Molinar salva el fuerte desnivel camino hacia el río Ebro con varios saltos de agua de excepcional belleza.






Este viaje ha sido una inmersión en las raíces de Castilla, en su historia, su paisaje y su alma. Aquí los pueblos no han sido invadidos por la prisa, ni por el turismo de masas. Aquí se sigue hablando con calma, saludando al vecino, cocinando a fuego lento. 

Estaba pensando si será igual en verano y los fines de semana, 
¡¡¡no sé, no sé !!!
Y cuando he regresado a casa, algo de ese espíritu se ha venido conmigo.

divendres, 27 de juny del 2025

Otra jornada por Las Merindades: entre rocas, ríos y recuerdos

 


Salimos sin prisa, como hacemos a estas alturas de la vida. El cielo estaba limpio, el aire fresco, y el coche cargado con lo justo: algo de fruta, agua, una antigua guía arrugada de Las Merindades, la nueva cámara compacta de Joseph, mi libreta viajera y las ganas intactas de seguir descubriendo.


No importa cuántos años hayan pasado ni cuántos viajes llevamos a cuestas; el norte de Burgos siempre guarda algo nuevo para nosotros.





Nuestra primera parada fue Puentedey, un pueblo colgado sobre un milagro de la naturaleza.

Aparcamos a la entrada, justo al lado del panel informativo, y caminamos despacio hasta el arco de piedra por donde corre el río Nela.

Es difícil no asombrarse frente a semejante prodigio: una enorme gruta natural que sostiene las casas del pueblo. Dicen que el puente fue hecho por Dios, y aunque no somos de muchas creencias, aquí todo parece sagrado. Las piedras, el agua, la quietud.






Recorrimos el pequeño núcleo del pueblo, con sus balcones de madera, su iglesia románica y esa paz que sólo tienen los lugares que han resistido el paso del tiempo.

Una vecina que barría la entrada de su casa nos saludó con una sonrisa. Nos preguntó de dónde veníamos y nos habló de su infancia entre esos muros y del orgullo con que la gente de Puentedey cuida ese rincón del mundo.




Jubileta aprovechó para descansar un ratito. Jubileto andaba probando la cámara compacta que le habíamos regalado.




Luego tomamos la carretera en dirección a Ojo Guareña, serpenteando entre valles, prados salpicados de flores silvestres y vacas que pastaban como si el mundo no les importara.

Llegar a Ojo Guareña siempre impresiona. La ermita de San Bernabé, medio escondida en la roca, parece más un secreto que un lugar turístico.

Había un pequeño grupo guiado en la entrada que seguramente escuchaba atentamente la historia de los ermitaños, las pinturas en las paredes, el milagro del arroyo subterráneo… Nosotros lo dejamos así. 

Aquí una buena información de un blog amigo.


La última visita del día fue a Medina de Pomar, una  villa que mezcla la sobriedad castellana con un pasado noble que aún se nota en sus piedras.

Comimos en un restaurante de la entrada, sin ninguna prisa, viendo pasar a la gente del pueblo. Después paseamos hasta el Alcázar de los Condestables, imponente sobre la colina. No subimos esta vez; preferimos rodearlo, sentarnos en un banco y mirar cómo la tarde empezaba a estirarse, lenta, como nosotros.






Al volver al coche, el sol empezaba a caer. Conducimos de regreso por carreteras secundarias, con las ventanillas abiertas y el sonido del campo entrando como una vieja canción que nunca pasa de moda. Fue solo un día, pero nos bastó para recordarnos por qué seguimos viajando: no para ver más, sino para ver mejor.




Ruta del Día (aprox. 60-70 km, 1h30 de conducción total, sin contar paradas):

1. Salida desde Villarcayo (punto base ideal)

2. Puentedey – Visita al pueblo y al arco natural sobre el río Nela.

3. Ojo Guareña – Parada en el Santuario de San Bernabé y posible visita guiada a las cuevas.

4. Medina de Pomar – Comida, paseo por el casco histórico y visita opcional al Alcázar.

5. Regreso al punto de partida por carreteras secundarias.


Recomendaciones Gastronómicas

Comida en Medina de Pomar:

Restaurante El Linaje – Comida casera, pero casera de verdad. Cantidad y calidad en cada plato del menú, por cierto variado. El trato inmejorable de la camarera. Precio del menú 15 € y a un paso del centro histórico de Medina de Pomar.


Paradas opcionales si hay tiempo o ganas

Ermita San Pantaleón de Losa: Un desvío breve desde Puentedey, con vistas espectaculares y una iglesia románica enclavada sobre una roca
.
Merendero de Sotoscueva: Junto a Ojo Guareña, lugar tranquilo para comer si se prefiere al aire libre.

Paseo del río Nela (Villarcayo): Para terminar el día con una caminata suave entre chopos y agua.



A veces, sin planearlo demasiado, uno acaba en lugares que le marcan muy dentro. Así fue este viaje por Las Merindades, en el norte de Burgos. Un rincón del mapa al que llegamos un poco por azar y porque nos faltaban por visitar algunos lugares.

En Las Merindades no encontramos grandes multitudes, ni espectáculos grandiosos, ni luces que deslumbran. Pero encontramos pausas, miradas largas, caminos que se dejan andar sin prisa. Encontramos otra vez la capacidad de asombrarnos por lo sencillo.




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