dilluns, 24 de juliol del 2017

VOLAMOS EN GLOBO, COMIENZA LA AVENTURA



¿Qué hacen tres parejas de amigos a primeras horas del alba, sin desayunar, nerviosas, tiritando de emoción delante de un globo aerostático en un campo de la Zona Volcánica de Olot, en Girona?
Lo que hacen es cumplir el sueño de un amigo: poder volar juntos en globo aunque él, invidente, no pueda ver los lugares que contemplamos los demás.
Por verdadera amistad se hace todo, hasta vencer el miedo a las alturas y eso hacemos. Éste ha sido nuestro regalo de cumple-décadas para el mayor del grupo porque desde hace muchos años siempre las celebramos.


Hemos aparcado nuestros coches a la orilla de un campo de rastrojos de trigo. Una senda nos conduce hasta ese gigante grandioso que descansa desmayado en el suelo: un globo aerostático, en él volaremos.
Después de las explicaciones oportunas, el piloto y sus ayudantes nos piden colaboración para poner en marcha nuestra aventura.




El hinchado resulta espectacular. Presenciar cómo este inmenso globo de más de 5.000 metros cúbicos de volumen empieza a tomar forma en el suelo gracias a un potente ventilador, es un momento único y prepara para lo que será una auténtica aventura.
El piloto empieza a hacer funcionar los quemadores y el efecto de ellos provoca el levantamiento del globo ante nuestra cara de niños asombrados. Con el aerostato listo para volar, entramos en la cesta.



Subimos con cierto temblor de piernas, pero con muchas ganar de despegar. El quemador ruge con fuerza. Suave y ligero, el globo asciende.

Sin apremios, sin urgencia, sin ruta, sin destino, sin dirección, ... Así comienza nuestro vuelo en globo.


Estamos tensos esperando no sé el qué, algún movimiento, algún ruido...
Pero el piloto nos informa que podemos empezar a disfrutar del vuelo porque no tendremos ni ruidos ni movimientos; como es normal en estos vuelos, éstos no van a llegar. Es la primera vez para los seis, pero los demás se olvidan que están en el aire y se ponen a hacer fotos. Cojo la mano de Fernando, mi amigo invidente, y no tengo miedo.



Subimos y subimos. El silencio lo embarga todo y los temores de padecer un repentino ataque de vértigo desaparecen.
La dirección del vuelo la marca el aire y no es posible regresar al punto de despegue. El hecho de no ir contra el viento proporciona una sensación de tranquilidad que si cerramos los ojos, difícilmente podríamos saber que estamos volando. Esa es la sensación de Fernando y también la mía.
A partir de ahora seré yo quien le explique las vistas que estamos disfrutando, él las verá con mis ojos.


A nuestros pies cientos de hectáreas de cereales, al fondo los Pirineos, allí el pueblo medieval de Santa Pau donde hemos pernoctado, luego el volcán de santa Margarita, las graderas del volcán Croscat... Lo que más llama la atención son los trozos y trozos de campos de distintos verdes, ocres y marrones que se entrelazan como una tela de patchwork. Las ovejas y las vacas son bastoncitos pequeños, quietos y de color blanco.
La sensación de placer y tranquilidad es total, mientras los minutos pasan sin darnos cuenta.


«Ahora tomaremos una copa de cava y un trozo de coca de chicharrones», nos anuncia el piloto. Y brindamos por este nuevo regalo que nos da la vida.
El día tiene una temperatura agradable y la tenue bruma de la mañana se acentúa cuando alcanzamos los 1.300 metros sobre el nivel del mar.
Aquí, libre de ruidos, sin aire en la cara y en silencio absoluto, tenemos la sensación de haber invadido tierra sagrada.
Este silencio se rompe con los comentarios a la información que nos da el piloto sobre los lugares que estamos sobrevolando.... y aparece a lo lejos una mancha de agua en forma de ocho, el Lago de Bañolas.
Nos acercamos ..., nos acercamos …
Mi amigo me dice que siente la sensación de flotar, que siente que está viajando sin rumbo, que va hacia donde le lleva el viento...


¡¡ Doblen las rodillas y agárrense, que aterrizamos !!”- grita el piloto.

El quemador deja de vomitar fuego y el globo, como niño obediente, desciende a tierra hasta situarnos cerca de unos campos de trigo.
Cuando casi rozamos las espigas, volvemos a sentir sobre nuestras cabezas el calor del chorro de propano y la brisa nos impulsa hacia un campo de rastrojos.
La cesta nos zarandea un par de veces, se arrastra por el suelo y por fin se para. Hay un detalle al aterrizar: la cesta queda tumbada y nosotros todos al suelo. ¡Toda una aventura !



Luego, risas, voces, agradecimientos, comentarios, vuelta al lugar de partida y una suculenta comida de payés con productos de la zona.


Desde la tranquilidad que da el saber que ese día todo terminó bien, puedo deciros que vivimos una experiencia fascinante que no dudo repetiré otra vez si tengo ocasión.

El recuerdo de los bellos paisajes que contemplamos desde allí arriba vuelven a mi mente como algo que, por extraordinario y breve, parece que no hubiera ocurrido realmente. Pero tenemos el testimonio de las fotos, el diploma de vuelo y lo mejor, los comentarios tan felices de nuestro amigo Fernando.

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