Hay
un viejo dicho que dice que a Rupit no se llega por mar, tierra o
aire, sino por piedra. (El nombre de Rupit viene del latín”rupes”,
que significa “roca”) ; y es que llama la atención una pared
que surge sobre una gran peña que domina el pueblo y es donde estaba
el Castillo.
¿Cuántas
veces habremos visitado este pueblo ? No sabría contarlas porque
este trocito pequeño de mundo considerado el último pueblo de la
provincia de Barcelona, hace que los habitantes de mi ciudad lo
consideremos un tesoro que hay que mimar, cuidar, visitar y vigilar.
Quizá
algún día muy lejano pierda su fisonomía, pero durante siglos ha
conservado tejados que bailan, balcones hermosos de madera,
callejones de subidas y bajadas, casas vivas con ventanas góticas,
terrenos irregulares y vaguadas donde apacientan las ovejas.
Esta
vez elegimos entrar dando un rodeo por la pista que pasa por la
ermita románica de Sant Joan de Fábregues, del siglo X y XI,
encaramada en las rocas.
El
recorrido por allí es más espectacular porque puedes contemplar
un paisaje magnífico y de paso admirar el espectacular salto de
Sallent poco apto para personas que padezcan de vértigo ya que tiene
unos 100 metros de altura y es allí donde se cuelan las aguas del
arroyo de Rupit.
Para
amantes de las caminatas suaves dejo enlace de esta ruta que puede
ser una opción para una salida familiar porque no presenta
dificultad alguna.
Cuando
llegamos al pueblo aún no había anochecido, pero las farolas ya
estaban encendidas. Había llovido durante el día y una suave bruma
descendía y se enredaba entre robles y hayas. Los tonos grisosos
del cielo y las piedras mojadas de las calles creaban un marco
apropiado para el callejeo.
Lo
primero que llama la atención es que, para acceder al pueblo, hay un
curioso puente colgante que cruza la riera. Es la entrada más
original que conocemos y es uno de los lugares más fotografiados.
Pueden pasar unas diez personas a la vez y se recomienda no
balancearse en él, aunque es probable ver a alguien saltando para
asustar a los que aún no han cruzado.
En
el otro lado comienzas ya a admirar las calles estrechas, empinadas,
y las típicas casas solariegas con portales adintelados y balcones
de madera. Todas están construidas con gran armonía en la montaña,
respetando el medio ambiente de la zona.
Todo
el núcleo urbano está situado bajo las ruinas del que fuera un
antiguo castillo. Miras y no comprendes cómo es posible que alguien
pueda vivir así sin miedo a que la piedra pueda hundir su casa.
Más
arriba se encuentra la iglesia dedicada a San Miguel Arcángel,
construida probablemente entre los siglos XIII y XIV, y terminada en
el XVIII cuando se acabó el campanario.
Es
un pueblo turístico porque encuentras tiendas de buenísimos
embutidos, bares, restaurantes, hotelitos y casas rurales.
Lo
encontraremos cogiendo la carretera de Vic a Olot, la C-153, tardando
una hora y media, aproximadamente, desde Barcelona. Esto hace que sea
un destino accesible y al alcance de la mano.
Se
trata, pues, de un lugar perfecto donde pasar un día de escapada
rural y poder degustar, si quieres, la gastronomía típica de la
comarca de Osona, principalmente sus deliciosos embutidos.